Volver al colegio después de todo lo vivido, hace que se valoren mucho más las cosas que antes parecían normales. Todos están muy deseosos de comenzar, tanto el equipo docente, los funcionarios de las instituciones, los estudiantes y, por supuesto, los padres, quienes tuvieron un rol fundamental en este período, con las complejidades que eso les significó, ser el docente. Esta nueva fase hace que las cosas vuelvan a su cauce, aunque de una manera diferente a la que habrá que ir adaptándose de a poco.
La tecnología ha adquirido un papel más significativo en la enseñanza que brindamos a nuestros niños y jóvenes. Si bien las clases presenciales tienen sus ventajas, las clases expositivas van quedando inadecuadas a los estudiantes de hoy. Nuestros niños y jóvenes se ven estimulados por toda la información que tienen disponibles en las redes, desde un celular pueden acceder a la información y al conocimiento que ellos necesiten.
De allí, que estamos en un tiempo de reflexión y transformación de los modelos educativos que implementamos en el aula y fuera de ella. Esa situación ya se venía observando desde antes de la pandemia, pero nos demostró que los cambios se pueden realizar y con una velocidad que pocos creían posible.
El docente ya no puede ser un expositor, sino debe un mediador entre el estudiante y el conocimiento. Es más relevante el clima de aprendizaje, que los mismos contenidos que se pueden volver obsoletos, lo que debe generar curiosidad y motivación en los estudiantes para que se involucren en su aprendizaje. Esto es aprender a aprender, a reflexionar sobre su propio aprendizaje, lo que se llama la metacognición.
En este mundo, lleno de información, ya no alcanza con la memorización o que los docentes expongan los contenidos, sino que se debe ir más allá, que los estudiantes generen nuevos conocimientos a través de procesos de investigación, que reflexionen y piensen a los efectos de desarrollar un pensamiento crítico y autónomo que los lleva a sus propias conclusiones y aprende a debatir con sus pares.
En este sentido, el aprendizaje activo dependerá de las metodologías que el docente seleccione tomando en cuenta los diferentes estilos y modos de aprendizaje de sus estudiantes. El clima de aprendizaje debe ser dinámico y el docente cumplir un rol como tutor, mediador o un asesor de sus estudiantes cuando se encuentran frente a un conflicto cognitivo. El pensamiento complejo se vive y desarrolla a través de estos procesos de aprendizaje activo, los estudiantes agregan valor y autoría a sus propios logros, incluso dentro de un contexto globalizado donde cada día se hace necesario desarrollar un segundo idioma para poder acceder al conocimiento producido por la ciencia, la tecnología o la innovación, como es el caso del inglés.
Ser un estudiante activo, significa que ellos busquen y desarrollen su propio camino y que los recursos de conocimientos que tienen disponibles como “Google Earth”, les permita acceder a las diferentes disciplinas y al avance de la sociedad, incluso a aquellas que aún no existen hoy y tengan la autonomía para aprender a lo largo de su vida.
¿Cuál será el lugar de la escuela cuando se vuelva a un “mundo normal” tras la cuarentena? Seguramente los padres la valorarán más y también a los docentes, y habrán encontrado un nuevo rol en la educación de sus hijos. La presencia de contenidos y materiales digitales ya no se irá del proceso educativo, sin importar el nivel, lo que hace también más evidente la inequidad y los desafíos de aprendizaje de los estudiantes más vulnerables.
Es imperioso generar un debate sobre la necesidad de seguir mejorando la calidad educativa, y determinar qué y cómo enseñar y poner en el centro a la persona que aprende cuando se busca mejorar el sistema educativo.
Es en el aula que se produce el cambio, por lo que tanto estudiantes y docentes deben ir aprendiendo a tener roles diferentes con caminos y contextos críticos tomando en cuenta indicadores de seguimiento, ya que solo conociendo el verdadero punto de partida y midiendo a cada paso el impacto de nuestras políticas se puede saber si se está avanzando en el mejoramiento de la educación.
Finalmente, no se trata de copiar modelos que podrían ser exitosos en otros contextos, sino que abordar nuestra realidad y el perfil de nuestros estudiantes y docentes para llevar adelante las transformaciones necesarias, atendiendo aquellos problemas que un cambio cultural de este tipo significa, esto es, hacer que las instituciones educativas sean organizaciones que aprenden y se modernizan sin perder su sello e identidad.